Lelis ha partido para donde el Señor más la necesita, sabiendo que mientras estuvo aquí, dejó un legado de amor, humildad, servicio y fe inquebrantable en Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo. Se la extrañará siempre... hasta ese día glorioso en que la resurrección la rescate para otra vez morar con los suyos. ¡Cuánta gratitud merece por todo lo que dio a través de su generosidad y simpatía!
Se fue pero dejó su ejemplo, sus enseñanzas, su recuerdo y el perfume de una personalidad que nunca sintió miedo ni tuvo rencores. Se fue pero dejó un gran pedazo de su alma enclavada en tres maravillosas hijas que han engendrado otras tantas hermosas familias que se cimientan en su ejemplo, en los principios que vivió y supo defender incansablemente. Deja en el aire los acordes de su delicada música, la imagen de su rostro sonriente y el tesón ardiente de procurar la verdad y aprender de las Escrituras los secretos de la vida plena.
Fue en su vida terrenal una hija obediente y llena de amor hacia sus padres; una hermana preocupada por el bienestar de sus hermanos; una esposa cariñosa, de dulces palabras, refinada y con quien se podía conversar de cualquier tema y aprender libremente. Tenía un afán insaciable por aprender, por expandir su mente y corazón hacia conocimientos nuevos. Nunca se la oyó hablar mal de nadie ni sentir animosidad alguna, aunque en su humildad sabía que no era perfecta y que no siempre el trato con sus semejantes sería fácil.
Ahora está del otro lado del velo, continuando su obra de servicio sin el lastre de las imperfecciones de esta vida. Fue valiente en el vivir y no menos valiente a la hora de partir. En los dos años de su padecimiento nunca esbozó siquiera una queja o un reproche. Nunca preguntó "por qué a mí".
Dios la bendiga donde esté y en lo que esté haciendo. Y también a todos quienes la han amado, para que sea honrada de la manera que ella hubiera pedido: Siendo felices y fieles al Evangelio.