CONCEPTOS BÁSICOS
— Amor y reverencia hacia Dios, rendido a través del servicio y la devoción.
— Adoramos a Dios mediante la obediencia a Sus mandamientos, la oración sincera, las reuniones de la Iglesia, la Santa Cena, las ordenanzas del Templo y el servicio.
— A Adán y Eva se les mandó adorar al Señor. El mandamiento se ha reiterado a lo largo de todas las dispensaciones.
— No debemos tener “dioses ajenos”, ni inclinarnos a ellos ni adorarlos. Debemos cuidar que ninguna cosa vana se interponga en nuestra adoración.
— Dios el Padre y Su hijo Jesucristo deben estar siempre en primer lugar, por encima de todo.
ESCRITURAS
— Moisés 5:5,7
— Moisés 1:15
— Doctrina y Convenios 59:5
— Éxodo 20:3-6
— Alma 34:38
— Salmos 95:6-7
— Doctrina y Convenios 59:9-10
CONTENIDO ADICIONAL
“Toda buena dádiva y don perfecto viene del Padre de las luces, el cual no hace acepción de personas y
en quien no hay mudanza, ni sombra de variación. Para complacerlo no sólo debemos adorarlo con acción de gracias y alabanza,
sino rendir obediencia voluntaria a sus mandamientos. Cuando esto se hace. El está obligado a conferir sus bendiciones,
porque es sobre este principio (la obediencia a la ley) sobre el cual se basan todas las bendiciones.”
“Es imperativamente necesario en toda ocasión, y más particularmente cuando nuestras asociaciones no nos proporcionan
el apoyo moral y espiritual que necesitamos para nuestro desarrollo, que vayamos a la casa del Señor para adorar y
reunimos con los santos, a fin de que su influencia moral y espiritual ayude a corregir nuestras falsas impresiones y
nos restaure a esa vida que nos imponen los deberes y obligaciones de nuestra conciencia y la religión verdadera. “
(Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 211, 237)
"Vamos a la capilla para adorar al Señor; deseamos ser partícipes
de Su Espíritu, y al hacerlo, aumenta nuestra propia fortaleza
espiritual."
"Las iglesias se dedican y apartan como casas de adoración; por
supuesto, eso significa que todos los que entren allí lo hacen, o
al menos simulan hacerlo, con la intención de acercarse a la presencia
del Señor más de lo que podrían hacerlo en la calle o en
medio de las preocupaciones de la vida cotidiana. En otras palabras,
vamos a la casa del Señor para encontrarlo y para tener comunión
espiritual con Él."
(Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia - David O. McKay, pág. 36)
"La idolatría es uno de los pecados más graves. Desafortunadamente
hay millones en la actualidad que se postran ante imágenes de oro y de
plata, de obra de talla, de piedra y de barro. Sin embargo, la idolatría que
más nos preocupa es la adoración consciente de todavía otros dioses.
Algunos son de metal, de felpa y de cromo, de madera, de piedra y de
telas. No son hechas a imagen de Dios o de hombre, sino que se
elaboran para proporcionar al hombre comodidad y deleite, para
satisfacer sus necesidades, ambiciones, pasiones y deseos. Algunos
carecen de forma física alguna, antes son intangibles.
"Los hombres parecen 'adorar' conforme a una base elemental:
viven para comer y beber. Son como los hijos de Israel, los cuales, aun
cuando se les ofrecieron las grandes libertades relacionadas con su
desarrollo nacional bajo la orientación personal de Dios, no pudieron
elevar sus pensamientos por encima de las 'ollas de carne de Egipto'.
Parece que no pueden elevarse por encima de la satisfacción de sus
apetitos corporales. Como lo expresa el apóstol Pablo, su 'dios es el
vientre' (Filipenses 3:19).
"Los ídolos modernos o dioses falsos pueden asumir formas tales
como ropas, casas, negocios, máquinas, automóviles, barcas de paseos y
otras numerosas atracciones materiales que desvían del camino hacia la
santidad. ¿Qué importa que el objeto en cuestión no tenga la forma
de un ídolo? Brigham Young dijo: 'Igual sería para mí ver a un
hombre adorar a un dios pequeño hecho de latón o de madera,
que verlo adorar sus bienes.'
"Las cosas intangibles constituyen dioses igualmente prestos. Los
títulos, grados y letras pueden convertirse en ídolos. Muchos jóvenes
determinan matricularse en la universidad cuando primero deberían
cumplir una misión. El título, y el dinero y la comodidad que por estos
medios se obtienen, parecen ser tan deseables, que la misión queda en
segundo lugar. Algunos desatienden el servicio que deben prestar a la
Iglesia durante los años de sus estudios universitarios, optando por dar
preferencia a la instrucción seglar y despreciando los convenios
espirituales que han concertado.
"Hay muchas personas que primero construyen y amueblan una casa,
y compran su automóvil, y entonces descubren que 'no les alcanza' para
pagar sus diezmos. ¿A quién están adorando? Ciertamente no es al Señor
de los cielos y de la tierra, pues servimos a quien amamos y damos
nuestra primera consideración al objeto de nuestro afecto y deseos. Las
parejas jóvenes que no quieren ser padres sino hasta que hayan recibido
sus títulos quizás se sentirían ofendidas si se tildara de idolatría a su
preferencia expresada. Sus pretextos les proporcionan títulos a costa de
los hijos. ¿Será una permuta justificable? ¿A quién aman y adoran, a sí
mismos o a Dios? Otras parejas, comprendiendo que la vida no tiene
como objeto principal las comodidades, el desahogo y los lujos,
completan su educación mientras siguen adelante llevando una vida
completa, teniendo hijos y prestando servicio a la Iglesia y a la
comunidad.
"Muchos adoran la cacería, la pesca, las vacaciones, los días de
campo y paseos de fin de semana. Otros tienen como ídolos a las
actividades deportivas, el béisbol, él fútbol, las corridas de toros o el golf.
Estas actividades, en la mayoría de los casos, interrumpen la adoración
del Señor y el prestar servicio para la edificación del reino de Dios. La
afición hacia estas cosas no parecerá cosa grave a los participantes; sin
embargo, indica dónde ellos están depositando su fidelidad y su lealtad.
"Otra imagen que los hombres adoran es la del poder y el prestigio.
Muchos huellan con los pies los valores espirituales, y con frecuencia los
valores éticos, en su ascenso al éxito. Estos dioses de poder, riqueza y
prestigio son sumamente exigentes, y son tan reales y verdaderos como
los becerros de oro de los hijos de Israel en el desierto."
(Spencer W. Kimball, “El Milagro del Perdón”)
OTRAS REFERENCIAS
“Los dioses falsos”, por el presidente Spencer W. Kimball, Liahona, agosto 1976